¿Sabías que los niños hasta los 7 años aproximadamente, no mienten?

Hoy vamos a desmentir más mitos y cargas de atribuciones negativas a las conductas de los niños.

Mi enfoque positivo del ser humano, hace que mí trabajo se desarrolle en la búsqueda de las fortalezas humanas. Muchas veces recibo en consulta familias preocupadas por transmitir valores relacionados principalmente con la sinceridad. Estamos hablando de un pilar de las relaciones interpersonales.

Los niños alrededor de los 3 años pueden empezar a fantasear.

Estas fantasías pueden empezar a ser más elaboradas a partir de los 5 años. Es solo a partir de los 7 años aproximadamente que los niños pueden empezar a decir mentiras como tales, ya que empiezan a utilizar el uso de la razón y a comprender el valor moral de la verdad. A partir de esta etapa es cuando realmente pueden empezar a esforzarse por vivir en la sinceridad, aunque siempre hay veces que les cueste.

Visto así, si a un niño pequeño le atribuimos la intención de mentir, empezará a interiorizar que “es un mentiroso” produciendo una culpa con la que, desde temprana edad, tendrá que cargar y que puede producir una herida y condicionar sus creencias internas. A partir de aquí empiezan los problemas…

Vamos a parar un momento y a dar un paso atrás.

La sinceridad no es algo que se pueda exigir desde fuera. Se acompaña para que nazca desde dentro y para que florezca hacia fuera. Por este motivo necesita ser acompañada por la parte adulta con estrategias aptas para la edad del niño y sobre todo lo más importante, el ejemplo es lo mas fuerte a la hora de interiorizar un aprendizaje de vida.

Nuestra sociedad reclama sinceridad desde fuera, pero se fundamenta en unos valores que son lo opuesto de esta fortaleza intrínseca. Basta dar una vuelta en el parlamento para ver que ejemplos de sinceridad se transmiten, las etiquetas de los alimentos o por ejemplo la publicidad en la tele y muchos ejemplos mas que podría seguir indicando…

Los mismos adultos muchas veces recurren a las mentiras (acompañadas de chantajes en muchas ocasiones) con los niños para conseguir que actúen según sus expectativas o  para evitar asumir la responsabilidad de querer trasladar un límite o para querer estar tranquilos un rato. Esto vale también acerca del uso de mentiras dentro de las relaciones adultas (que los niños están viendo) apelando a no querer herir o otras motivaciones parecidas.

La seguridad y la aceptación son dos valores que acompañan el valor de la sinceridad.

Si un niño no percibe estas bases en la relación con el adulto, entonces tendrá más dificultad a experimentar la libertad de compartir sus vivencias y sentires de una forma transparente.

Por este motivo, cuando un niño necesita recurrir de forma reiterada, a una historia fantástica o a una mentira para poder salir de una situación que percibe amenazante, el adulto necesita acompañar al pequeño con estrategias maduras y eso implica un trabajo adulto de parar y mirar hacia dentro.

Solo si vives la relación de una forma consciente y equilibrada, podrás transmitir a tus hijos enseñanzas que los empoderen ante la vida.

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